DIA MUJER
RURAL 2020
La
historia de Sigüenza en femenino
El 15 de octubre se
celebra el Día Internacional de la Mujer Rural con el objetivo de visibilizar
la importancia de la mujer y del papel que desempeña en el desarrollo
social y económico local. El Archivo Municipal de Sigüenza un año más se une a
esta celebración, rescatando del olvido las huella femeninas de la historia,
para dar visibilidad y reconocer la aportación a la construcción de la historia local de las mujeres que dejaron su
estela en la documentación y son un referente que es totalmente necesario para
poder trazar las líneas de nuestro tiempo presente y proyectar el futuro de la
mujer seguntina.
Al incorporar a
las mujeres a la Historia de Sigüenza, no sólo rehacemos su imagen largo tiempo
nublada, que hasta ahora había permanecido oculta, invisible a los ojos de los
investigadores, asistiendo a los acontecimientos históricos en segundo plano,
ausentes de la tradición historiográfica, que olvida no sólo sus nombres
sino incluso el papel que las mujeres han desempeñado en el discurrir de
la vida cotidiana.
En el archivo
municipal la documentación empieza en el siglo XVI, por lo tanto no tenemos
ningún tipo de información que nos permita reconstruir la historia de la mujer
en los siglos medievales. Pero a partir de la época señalada, si que podemos poner de relieve su participación
activa en la sociedad de su tiempo.
Tradicionalmente,
los roles de género han estado muy diferenciados y muy limitada la presencia de
la mujer en la actividad local. La vida de la mujer estaba circunscrita al
ámbito familiar y las ventanas de su casa eran prácticamente su único vínculo
con el exterior. Poco salían de casa, salvo para cumplir con los preceptos
religiosos, ir a por agua a la fuente, lavar la ropa en el lavadero, acudir al mercado semanal y poco más.
Sin
embargo, a través de los testimonios que muestran los documentos, podemos
afirmar que la mujer seguntina ha participado en la economía local. Unas por
su trabajo, recibieron una remuneración
a cambio, que le permitió mantener, con muchas estrecheces, la siempre precaria
economía familiar. Otras, la mayoría de las veces, trabajaron sin recibir
reconocimiento alguno, sin nada a cambio, porque se consideraba que las tareas que realizaban, de apoyo al trabajo masculino,
formaban parte de sus labores domésticas, lo cierto es que terminaban
realizando un doble esfuerzo: trabajando en casa y en el campo o en el taller.
A finales del
siglo XVI, comienzan a aparecer las primeras huellas con nombre de mujer: las
panaderas. Más de cuarenta había en Sigüenza: Justa, Juliana, Cecilia…, recogían el grano, se encargaban de todo
el proceso de trituración de harinas y cocción del pan en hornos y, en más de
una ocasión dejaron sentir sus voces reclamando una indemnización por la subida
de los precios. Un tema, el económico que también afectaba a las mujeres que
trabajaban en las tabernas de la ciudad. El vino lo servían las mujeres en las
tabernas, pero ellas no lo consumían en su interior, porque no se les permitía
el acceso a ese tipo de ocio plenamente masculino. En casi todas las
tabernas despachaban las mujeres, como
Isabel de Pozancos o Antonia, encargada de la conocida Taberna del Bodegón, que
estaba situada próxima a la Puerta de Guadalajara. Las goteras y el estado casi
ruinoso del edificio le trajeron más de un quebradero de cabeza y, ante el riesgo de perder
clientela, no tuvo más remedio que pedir ayuda al Concejo, para rehabilitar el
tejado. A ella le sucedieron otras mujeres con igual brío, alrededor del año 1777,
Pascuala y, cuando los achaques de la vida se lo impidieron, fue su nieta, de nombre María, quien se arremangó
para servir el vino y sacar sustento para cuidar a la abuela con la que
convivió hasta el final de sus días, en
la primera década de 1800.
El transporte de
mercancías estaba considerado como un oficio tradicionalmente masculino: los
arrieros se movilizaban en recuas de un lugar a otro. Aunque sabemos que hubo varias mujeres, como María, que a fines
del siglo XVIII viajaba ayudada por su hijo Juan, y Teresa, que en 1802 transportaba vino y, en
más de una ocasión se le avinagró con la consiguiente pérdida económica. Otras mercancías también
llegaban por este medio a la ciudad para abastecer el comercio local. Había tiendas
que vendían productos de los llamados de primera necesidad, a cargo
de mujeres, como la de Antonia, donde se
trajinaba todo tipo de especias y fruta variada, la de Manuela, se podían adquirir
lienzos y todo tipo de mercería para la costura; había alguna mujer que
comerciaba sus propios carneros. Cuando
el hielo, además de ser una necesidad para la conservación de alimentos, se
convirtió en ingrediente de refrescos para apagar la sed, Francisca abrió una
botillería en la Plaza Mayor, donde vendía aguas frías azucaradas y leche con
miel.
Las labradoras se
contaban en número importante, en su mayoría eran viudas con escasos recursos,
en aquellos siglos se acostumbraba decir que “al fallecer el marido se llevaba consigo la llave de la despensa”,
en clara alusión a la situación de extrema pobreza en que quedaba la viuda.
Mujeres que doblaban su espina al sol, para arañar la tierra y obtener una
cosecha para alimentar a su familia. Una casilla, en el prado de los ojos o en
el de San Pedro, colmaban sus expectativas
de hacer despensa para
abastecerse todo el año. Ellas, viudas,
sin quererlo, sin desearlo, tomaron las riendas de su hogar, a veces compuesto
por los hijos y algún que otro sobrino, y de la explotación familiar y, al
convertirse en cabezas de familia sus nombres fueron anotados en cuantos
censos, catastros y repartimientos fiscales se llevan a cabo, por eso son el colectivo que más
visibilidad tienen en la documentación: más de un centenar a fines del siglo
XVIII.
Todas
ellas en algún momento tuvieron necesidad de elevar sus súplicas al concejo
municipal, en instancias y cartas firmadas con nombre de mujer que nunca escribieron ellas de su puño y
letra, ni firmaron, porque no sabían hacerlo, cuestión que en ocasiones quedaba
indicada por el amanuense, al pie del escrito. No les quedaba más remedio que
acudir con alguna moneda, producto de su
huerta o pieza del corral al escribano. El acceso a la educación de la mujer en
Sigüenza, fue tardío, no se produjo
hasta los años 1788 – 1789, fecha de las primeras solicitudes
que envían las candidatas a maestras al concejo municipal. Fueron varias las
aspirantes a una plaza que tenía un programa educativo diferente y una remuneración bastante inferior a la del
maestro de niños. Casi todas, salvo alguna honrosa excepción, eran más
costureras que maestras de escritura. El
arte de la aguja era símbolo importante de la actividad femenina y ellas
alardeaban de su habilidad en coser, zurcir, bordar y cortar camisas y, esa
carencia de instrucción en letras, se revelaba en sus cartas, más de una escrita de mano de su marido. Aún
quedaba un trecho muy largo por recorrer…
Hoy las
historiadoras nos sumergimos en estas huellas femeninas del pasado para
estudiar de cerca los usos y costumbres, las diferentes mentalidades, la
religiosidad, a los sentimientos más íntimos que afloraban ante
determinadas situaciones y a las numerosas dificultades que tuvieron que salvar
las mujeres rurales de aquellos siglos para poder vivir en una sociedad
desigual. Reconstruir su papel como personas en la construcción de la Historia
es una deuda que tenemos con ellas.
Amparo
Donderis Guastavino
Archivera municipal de Sigüenza